EL MERCURIO EN LAS VACUNAS

El mercurio orgánico contenido en el timerosal o merthiolate se emplea desde hace muchos años para evitar que se produzca contaminación por microorganismos en productos farmacológicos como colirios, descongestionantes nasales y desodorantes. Es el llamado efecto preservante.

Desde los años 30 el timerosal se incorporó con este propósito también en las vacunas multidosis. O sea, en aquéllas que alcanzan para varias personas con un frasco ampolla.

Una vez en el cuerpo, el timerosal va liberando pequeñísimas cantidades de mercurio metálico, que podría llegar a ser venenoso para el sistema nervioso, si la cantidad que recibe el niño en su 1er año de vida fuese desusadamente alta.

De ahí surge cierta desconfianza pública contra las vacunas, porque en varios países en desarrollo la dosis máxima permitida para esta sustancia en los primeros meses de vida es del orden de los 100 microgramos. El programa de vacunaciones chileno actual inocula menos de 70 microgramos en este lapso.

Aun así, varios organismos nacionales, como la Comisión de Salud del Senado están insistiendo en que se importen vacunas que tengan niveles aún más bajos del metal, siguiendo la tendencia que hay en los Estados Unidos y Europa que han ido retirando las vacunas que contienen esta sustancia, porque podría existir alguna relación entre el mercurio inoculado – 0.25 microgramos por vacuna – y daño cerebral en niños menores de 1 año. Por ello se prefieren las vacunas de dosis individual, mono dosis, que no necesitan la sustancia, pero que tienen el inconveniente de ser exponencialmente más costosas. Al mismo tiempo, exigen que la dosis de mercurio que contienen sea declarada en forma destacada en el rótulo de fabricación de la sustancia lo que, en general, no ocurre.

La preocupación concreta deriva de los temores por la potencial relación entre el metal y el autismo infantil. La posibilidad de este daño ha sido investigada por muchos autores de renombre mundial, no encontrándose una concordancia clara entre ambos factores.

En nuestro país la estrategia para enfrentar la disyuntiva ha sido preferir las vacunas combo o multivalentes que contienen los mismos 0.25 microgramos, pero en cinco inóculos a la vez.

Es innegable el rechazo de la sociedad contra estas vacunas infantiles. Inclusive, existen foros y sitios web donde grupos de padres debaten este potencial riesgo. Otros, más radicales, conminan a los demás papás a no inmunizar a sus hijos. Entre los argumentos que esgrimen está el hecho de que sus hijos nunca han tenido ninguna de las enfermedades infecciosas tremebundas de la infancia. Obviamente, éste argumento es insostenible, ya que si esos niños no se han enfermado, se debe a que la inmensa mayoría de los demás infantes sí están inmunizados con las vacunas que tanto aborrecen para los suyos. El escándalo se arrastra ya por 15 años, cuando empezó a aplicarse la vacuna contra la hepatitis B, que contenía ella sola más 30 microgramos de timerosal, pero esa vacuna ya está obsoleta en Chile. Sin embargo, la animadversión contra muchas inmunizaciones persiste.

En una época en que la internet parece superar la opinión autorizada del experto, este escenario será imposible de modificar sin un esfuerzo comunicacional importante de parte de los organismos encargados de las inmunizaciones. Debe adoptarse una actitud más activa y no dejarnos arrastrar por un principio precautorio obsesivo, en que se descuida la opinión de los científicos y técnicos.